En la jornada de hoy, Álvaro Delgado fue electo presidente del Directorio del Partido Nacional. Lo hizo envuelto en los habituales gestos de unidad y continuidad que caracterizan a la política partidaria uruguaya cuando hay poco y nada para renovar.

Delgado, quien hace apenas meses recorrió el país como candidato presidencial, vuelve ahora a la primera fila de la conducción partidaria para garantizar lo que mejor sabe hacer: sostener el statu quo. No sorprende entonces su frase, pronunciada con estudiada claridad: “No soy ni seré la derecha del Partido Nacional”.

La confesión revela mucho más de lo que oculta. Bajo la promesa de “modernidad” y “centro”, Delgado reafirma el rumbo de un nacionalismo cada vez más reacio a sacudirse la tibieza estatista que lo caracteriza desde hace décadas. Lejos de reclamar una administración austera, impuestos más bajos, desregulación real o libertad económica efectiva, el nuevo presidente del Directorio apuesta por la misma receta de siempre: retórica de eficiencia, un puñado de promesas tecnocráticas y ninguna intención de desmontar la pesada mochila de gasto público que aplasta a trabajadores y emprendedores por igual.

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En los corrillos blancos se escucha que la jugada es astuta: mantener contentos a los sectores progresistas dentro del Partido Nacional y no incomodar a los socios de la coalición. Pero para quienes esperaban que la victoria electoral del 2019 habilitara una derecha liberal capaz de dinamitar privilegios y devolverle la libertad a la gente, el liderazgo de Delgado es apenas la confirmación de una obviedad: sin derecha, no hay cambio.

Mientras tanto, la burocracia sigue intacta, el aparato estatal se alimenta de nuevos cargos y las reformas de fondo brillan por su ausencia. Delgado, a fuerza de declaraciones políticamente correctas, consolida un nacionalismo domesticado, más atento a no incomodar a la izquierda que a defender convicciones liberales que alguna vez, tímidamente, habitaron sus filas.

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En definitiva, Álvaro Delgado no es —ni será— la derecha del Partido Nacional. Lo dijo él mismo. Y lo celebran, discretos, quienes saben que sin una derecha dispuesta a incomodar, la fiesta del gasto nunca termina.